A principios del siglo XX, las condiciones de la clase obrera en Estados Unidos eran de salarios de hambre y jornadas agotadoras. Y para las mujeres eran todavía peores. Discriminadas por el solo hecho de ser mujeres, a las costureras se les pagaba una suma ínfima, no se les permitía amamantar a sus hijos durante la jornada laboral y se las multaba por llegar tarde, por demorarse en el baño o por cualquier mínimo error en la tarea. Al salir de la fábrica, el trabajo doméstico hacía que las jornadas fueran aún más extenuantes.